Thoreau

Por Cicco. Se suele decir que hay canciones que salvan vidas. Que hay películas inspiradoras. Y libros que levantan hasta los muertos. Sin embargo, a lo largo de mi vida, nunca un autor concentró todo eso junto como Henry David Thoreau, el hombre a quien sus convicciones lo llevaron, primero a lo profundo del bosque. Y luego, a la cárcel.

 

Algunos lo llaman el padre de la ecología. Otros, el padre -o abuelo- de los hippies. Otros, lo consideran un emblema de la lucha pacífica. Y algunos luchadores sociales, lo siguen citando como una bandera en defensa de los derechos civiles. Entre sus admiradores estaban desde Martin Luther King, hasta el Mahatma Gandhi. Pero lo cierto es que Thoreau fue mucho más que eso. Aún hoy, a más de 150 años de su muerte, este hombre es un faro. O, como gusta decir ahora en los medios, un visionario.

Lea “Walden”, su obra cumbre y comprenderá. Allí Throeau detalla los días de su aventura más audaz: cuando largó todo, y se internó a vivir dos años y dos meses en el bosque sobre la laguna de Walden, en Concord, Massachusetts. Sí, un lugar frío. Allí pasó varias temporadas en una cabaña a más de un kilómetro de su vecino más cercano. Vestía lo poco que tenía. Cultivaba su huerta. Daba paseos. Y había llevado su existencia al hueso: nada de distracciones. Nada de frivolidades. La vida, tal como es.

Aún vivía yo en la ciudad, cuando leí a Throeau y decidí, como él, que, si quería empezar a vivir, tenía que escapar. Thoreau nos enseña que el sueño de dejar de lado las ataduras de la vida moderna, es posible. “Walden” no es otro relato vivencial. No es un libro de autoayuda. No es poesía. Ni ensayo. “Walden” se lee como un manual de instrucciones para todos aquellos que queremos partir. Thoreau hace inventarios de ropa, comida, registra la topografía del paisaje. Lleva cuenta minuciosa de sus gastos. En fin, muestra el camino. En relación a la ropa, por ejemplo, narra: “En cuanto a la ropa, para llegar al aspecto práctico del asunto diré que muy a menudo nos guiamos más al hacer la adquisición por el amor a la novedad y el cuidado por la opinión de los hombres que por la verdadera utilidad de dichas prendas... el hombre acepta no lo que es verdaderamente respetable, sino lo que es respetado en general. Conocemos sólo a unos pocos hombres y a una gran cantidad de chaquetas...”. “Cada generación se ríe de las modas antiguas, pero sigue religiosamente la actual”.

Y también están sus diarios con un título hermoso: “Elogio de la vida salvaje”. Su amigo, Emerson, más célebre que él, se empeñó en que desistiera de su plan. Emerson no entendía cómo un próspero poeta y agrimensor, un hombre que escalaba paso a paso los peldaños del reconocimiento, podía de la noche a la mañana, decidir hacer un corte de manga al mundo y resignarlo todo ¿en pos de qué? En pos del bosque. De los pájaros. La nada. El todo.

“Los más feroces sucesos habían llegado a parecerme sumamente familiares. Encontré entonces en mí -y aún ahora lo hallo- un instinto hacia la vida más alta o espiritual como suele decirse, como lo tienen la mayoría de los hombres y otro instinto hacia un grado primitivo y salvaje, y yo guardo respeto para ambos”.

Por resistirse a pagar impuestos que empleaba el gobierno norteamericano para costear la guerra, lo llevaron preso. Allí escribió un manifiesto de la resistencia pacífica que es oro en polvo.

Ah, Thoreau. Ese sí que era un hombre verdadero. No compraba buzón alguno. Y no se vendía a nadie. Un hombre con las bolas bien puestas, que entendió el juego y la trampa de este mundo. “Estoy acostumbrado a pensar que los hombres no son los cuidadores de rebaños”, escribió en el Walden. “Sino que los rebaños son los cuidadores de los hombres. Ellos son mucho más libres”.