capitan america

Por Javier Porta Fouz. Hice pruebas, experimentos. Intenté ver Capitán América: el soldado de invierno en un televisor. Veo que tiene 7.8 sobre 10 de promedio en IMDb. También fui a la privada de Capitán América: Civil War. Fui el martes, y escribo dos días después de verla. Veo que tiene 8.5 de promedio sobre 10 (irá sumando votos que modificarán o no ese puntaje con el correr de los días), con lo cual por ahora se ubica número 89 de la historia para la valoración de los votantes del sitio. 89. De la historia. Mundo raro. Civil War. Guerra civil.

En esta nota, Martín Fernández Cruz explica unas cuantas cosas útiles para entender el estatuto de eslabón de esta película. Un eslabón de una serie mayor de películas pero no un mero capítulo de una serie televisiva, aunque las conversaciones sobre política global a las que nos someten el Capitán y sus compañeros son obvias, correctas, sin filo, pequeñas o de pantalla empequeñecida. Capitán América: Civil War (con doble idioma en el título local) es una película bastante autoconclusiva, que puede verse incluso sin haber visto Capitán América: el soldado de invierno. Porque no logré verla. Sólo la soporté media hora en un televisor, uno aceptable, de 42 pulgadas, pero claramente más pequeño que una pantalla de cine. En esa media hora todo fue, o yo lo recibí como tal, de una falsedad evidente. Diálogos pomposos y a la vez irrelevantes, que se deshacían a alta velocidad. La película no avanzaba rápido, más bien era pantanosa. Y Samuel Jackson estaba una vez más fuera de registro, actuando para sí mismo, para algún espejo que no vemos, y no para la película. La dejé de ver. Sentí, de todos modos, que la película se había hecho en 2014 para no durar hasta 2016. No sentí culpa, sentí alivio. Al otro día fui a ver Civil War, con el miedo de que a la media hora me pasara algo similar que con el soldado de invierno (al fin y al cabo, son los mismos directores, Joe y Anthony Russo). Pero no, Civil War es muy 2016, muy mayo 2016. Se ve con contemporaneidad. Se disfruta mientras se ve, menos -en mi caso- el final, con señores pegándose en un lugar cerrado, sin heroínas y sin humor alguno. Cuando termina, la película empieza a desvanecerse, y a los dos días ya sé que no la voy a volver a ver nunca jamás a no ser por motivos estrictamente profesionales (a diferencia de entregas Marvel más deformes, más comedia, menos teledirigidas, como las Iron-Man o Ant-Man). Hay lindos momentos, como el de la pelea de media docena de freaks contra otra media docena de freaks. Un momento que es una explosión de golpes y trucos y choques y lío que se entiende. Que dura unos minutos, muy espectaculares. Sin embargo, ese momento efímero para mí, este punto en el tiempo, ha de ser la culminación de un suspenso muy fructífero para mucha gente que está esperándolo, que lo prevé con ansiedad, que lo prefigura en su mente. Público que, probablemente, espera eso como espera la salida al escenario de algún ídolo musical. Ese momento, o su intensidad, está muy relacionado con la base de expectativas. Yo no soy fan, ni de esto ni de casi nada. O en todo caso lo soy del cine en general, y casi siempre de Eastwood (pero con el casi siempre ya no puedo ser fan). Me gusta mirar a Scarlett Johansson en traje de superheroína (me gusta más la palabra -inexistente- superhéroa), pero en las escenas de pelea se nota mucho que es una doble, o algo generado por computadora. La naturaleza curva de SJ no es fácil de imitar, de copiar, de reemplazar. Hicieron digital un Robert Downey Jr. joven, o más joven. Notable. Y los movimientos de los héroes son de una plasticidad muy contemporánea, muy 2016. Y Iron Man (Robert Downey Jr.) es gracioso y charming cuando no se pone en modo grave para acompañar el momento grave de la película, el final, serio y sobrante con sus ínfulas shakesperianas. O sobrante para quienes preferimos los momentos de este nuevo Spider Man con humor, o a Paul Rudd, o los chistes que cada tanto aparecen de forma eficaz pero sueltos, no integrados en una trama sino como parte de una cosa más que nos están vendiendo con moño, con packaging, con eficacia momentánea. Y no queremos ver a Paul Bettany rojo, ese personaje que carece de fisicidad, que se desvanece al pasar por las paredes, como esta película infantil al pasar los días, aunque digan en IMDb que es de las 100 mejores de la historia. La historia la juzgará, o la olvidará. Yo ya casi me olvidé que la olvidé.