Seinfeld y su viejo compañero

Por Cicco. Los periodistas, no importa el medio al que pertenezcan, siempre trabajan sobre algo. Sobre un tema. Una consigna. Una hipótesis que le vino a la mente brillante del editor y ellos deben comprobar. Los medios deben ser llenados. Las páginas en blanco son un bochorno que merece rápidamente ser cubierto con buenas historias y con información. Es por eso que los títulos en los medios gráficos son cada vez más rutilantes, más cargados de tinta: nadie quiere que se vea el vacío que hay detrás.

Lo mismo sucede en la radio. No hay peor enemigo en la programación que el silencio. Cuanto más rápido habla el conductor, más rinde.

Nuestra vida también, por más vacía que esté, siempre anda girando sobre algo. Sobre un asunto en particular. Si no es propio, es del vecino. Si no es del vecino, es de un famoso.

La mayoría de las cosas que hacemos a lo largo del día, desde navegar internet y encender la tele hasta preparar el mate y abrir la heladera, son una forma de escapar de la nada. Nos cubrimos de tareas aún en vacaciones, nos asusta descubrirnos sin nada que hacer.

Piense: ¿qué es lo que más lo incomoda de estar en el ascensor con un extraño? ¿Por qué joroba tanto estar con alguien sin que medie palabra? Es la nada misma flotando en el aire. no hay nada entre el otro y usted. Ni siquiera un tema de conversación. Es la muerte misma.

La nada nos traga. La nada nos acecha. La nada nos espera al final de nuestros días.

En la ciiudad, de hecho, está mal visto decir que no se está haciendo nada. En seguida, se lo tilda de vago. De bueno para nada. De inútil. Hacer siempre algo nos hace sentir especiales, necesitados, queridos y requeridos. En calquier momento del día si uno se detiene, descubrirá que siempre está haciendo algo. A decir verdad, uno hace múltiples cosas a la vez. Ya ni siquiera una basta: una actividad nos pone al borde de no estar haciendo nada. Así que mejor evitarlo.

Cuando dirigía Página 12, Jorge Lanata tomó  una decisión sin precedentes: decidió que el diario no saldría los lunes, porque los lunes no sucedía nada –excepto la cobertura de los partidos que a Lanata lo tenía sin cuidado-. Una vez a la semana, los lectores de Página se enfrentaban a ese vacío de noticias. Me gustaba eso.

Todo este introito bien introducido en la divina introducción para contarles de la nueva serie de Jerry Seinfeld, el primer comediante en basar todo un programa de tevé que duró nueve años sobre la nada misma –hasta desechó 90 millones de dólares para continuarla-.

Días atrás, ví el nuevo programa de Seinfeld. Se llama “Comediantes en atuos tomando café” –lo pueden ver on line y a velocidad de la luz en Crackle.com.ar-. Mezcla de reality con sitcom delirante, el show es más nada aún que Seinfeld. A medida que se va haciendo más grande, Seinfeld hace programas cada vez más pequeños, más íntimos, más de bajo presupuesto.

Jerry lleva a sus amigos en auto a desayunar –o merendar, no sabría decirle- y lo que se genera es humor minúsculo, de las pequeñas cosas, de gente que básicamente no hace nada en absoluto A veces, hay silencios. A veces, hay charlas sobre ningún asunto guionado, sólo lo que surge del viaje –va cada ocasión con un auto antiguo diferente- y compartir un café. Y de esa nada, de ese vacío, surgen cosas maravillosas. El capítulo debut es con Larrry David, el co creador de Seinfeld. También se bebe su café con Mel Brooks –el genio detrás del Superagente 86- y con Alec Baldwin. Pero la perla es el episodio con Michael Richards, el actor que intrepretaba Kramer en la serie. Allí Kramer cuenta que, en el pico de éxito de la tira, escapa a Bali, y lo conocían hasta en la selva. Cuenta una disputa de ajedrez imperdible con un vagabundo y la vez que explotó cuando le criticaron un show. El final, partiendo del café, tomándose fotos con fans y viajando de regreso en una camioneta Volskwagen del año del jopo, sólo ellos y la música de fondo. El asfalto corriendo debajo. Lo demás, silencio. La nada. Un momento hermoso. Y necesario.